López Obrador toma de nuevo la iniciativa ante la oposición y abre la veda de una campaña anticipada de más de tres años que multiplicará la exposición y el desgaste de dos altos cargos del Gobierno
Nunca antes la carrera presidencial había comenzado tan pronto en México. Faltan tres años para las elecciones, aún no se ha alcanzado ni el ecuador del sexenio y Andrés Manuel López Obrador ya ha abierto la veda. Desde principios de julio, el presidente ha estado poniendo nombres encima de la mesa hasta que esta semana uno de los favoritos, Marcelo Ebrard, ha dado oficialmente un paso al frente. El canciller y la jefa del Gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, son los aspirantes estrella. López Obrador no ha sido solo el presidente más rápido en desenfundar su sucesión. También ha roto con otro ritual incrustado en la política mexicana desde los tiempos priistas: el llamado “destape”, la designación directa por medio del dedazo del presidente.
En Morena, casi todo sucede todavía por primera vez. Con apenas 10 años de vida, nacido y desarrollado a imagen y semejanza de López Obrador, la sucesión había despertado muchas expectativas al tratarse de un hito crucial para el partido: la renovación de su liderazgo. El estilo personalista de López Obrador, y sus ecos al rígido presidencialismo del viejo PRI, habían alimentado incluso especulaciones sobre un posible regreso de la tradición del dedazo.
El presidente anunció este miércoles que “el pueblo de México será quien elija al candidato del partido”. Se hará por medio de un sistema de encuestas entre la población de todo el país. Un método ya utilizado por Morena y rodeado de polémica por su falta de transparencia. Arranca así una inédita carrera de fondo plagada todavía de incógnitas. Una campaña no declarada de más de tres años que multiplicará la exposición y el desgaste de Ebrard y Sheinbaum. Ambos, cuadros de confianza de López Obrador con una larga carrera a su lado. Dos altos cargos del Gobierno que afrontarán el reto de continuar la gestión del día a día evitando interferencias.
La ruta hacia el destape priista, recorrida por última vez en 2018 por Enrique Peña Nieto, era un camino codificado lleno de pistas que debían ser leídas con atención. En el año previo a las elecciones comenzaban a rondar por medios y tertulias los nombres de los presidenciables. El siguiente paso era “la pasarela”, una serie de apariciones en actos públicos y entrevistas donde los aspirantes vendían sus virtudes. Mientras tanto, el presidente sopesaba a puerta cerrada las opciones con el correspondiente blindaje de la cúpula del PRI, que evitaba pronunciarse sobre el tema. Hasta que el ungido se hacía público con un anuncio oficial del presidente.
Pese a las distancia que López Obrador ha querido marcar con la tradición priista, las voces más críticas interpretan que, salvando al adelanto de los tiempos, estaríamos en la fase de “la pasarela”, previa a una decisión unilateral del presidente. “Para nada”, considera Ignacio Marván, profesor del CIDE y analista político. “Antes era una guerra sorda, sin apertura de medios y ni el escrutinio de la opinión pública. Ahora se trata un contrato político diferente, de competencia abierta. López Obrador ha decidido abrir el juego y hacerlo público”.
Nuevo golpe a la oposición
Los tiempos habituales de la política mexicana marcaban que después de las elecciones intermedias se empezara lentamente a madurar la carrera presidencial, pero esta vez todo se ha acelerado inéditamente. “En términos ortodoxos, obviamente es prematuro. Pero no estamos en tiempos ortodoxos”, añade el politólogo del CIDE, que interpreta el movimiento de López Obrador como un ejemplo de su sello personal. “Pretende echar la discusión política hacia adelante. Otra manera de vender esperanza de cambio lanzando una idea de futuro. Y, además, gana espacio y capacidad de conducción”.
Un nuevo intento de marcar la agenda política y al mismo tiempo de controlar los procesos dentro del partido. Una formación joven sobre la que impone una enorme ascendencia y que podría verse mermada a medida que se acerque el final de su mandato. “Esto es posible debido a la precaria institucionalidad de Morena. Adelantando los tiempos, el presidente se cree capaz de controlar el juego y las ambiciones políticas de los candidatos”, añade Marván.
Control hacia dentro y hacia fuera. Con su último movimiento, López Obrador vuelve a adelantarse a la oposición. Pese al repunte de votos en las elecciones de junio al Congreso, el PRI y el PAN aún arrastran el golpe de la aplastante victoria de Morena en 2018. Desarticulada, sin un rumbo claro ni por el momento ningún liderazgo fuerte, el candidato de Morena partirá como favorito. La inédita alianza electoral con la que se presentaron conjuntamente el PRI, PAN y PRD a los comicios de junio tendrá a la vuelta verano una prueba de fuego para medir su fuerza. Con el regreso de las sesiones en el Congreso, la alianza electoral tiene la intención de convertirse también una alianza parlamentaria.
Dos favoritos y mucho ruido
El 5 de julio, López Obrador habló por primera vez abiertamente de su sucesión. Durante una de sus conferencias matutinas lanzó una sorprendente batería de nombres. Junto a Sheinbaum y Ebrard, colocó al embajador de México ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente; el embajador en EE UU, Esteban Moctezuma; a la secretaria de Economía, Tatiana Clouthier, y a la de Energía, Rocío Nahle. “Esto no fue ninguna ocurrencia. Entre esos seis nombres muy pocos tienen posibilidades de gozar del favor presidencial. Abrió la baraja de manera muy deliberada con la intención de distraer la atención y proteger a sus favoritos”, considera Francisco Abundis, director de la firma de análisis de opinión Parametría.
Los dos primeros nombres de aquella lista, Ebrard y Sheinbaum, que llevaban meses sonando en todas las quinielas, sufrieron un duro revés en mayo tras el traumático accidente de metro en Ciudad de México en el que murieron 26 personas y decenas más resultaron heridas. La onda expansiva de la tragedia afecto tanto a Ebrard, alcalde de la ciudad cuando se construyó el tramo, como a Sheinbaum, actual jefa de gobierno. Los gestos de protección a la alcaldesa se han repetido, como la centralización en el presidente de la comunicación sobre los avances en la investigación del accidente para sacarla de foco. “Se deduce que tiene más afinidad con ella porque creció desde el principio con él”, apunta Marván, asesor del Gobierno de López Obrador en la Ciudad de México (2000-2006) y conocedor de cerca de la carrera de los dos candidatos.
Los dos llevan décadas al lado de López Obrador pero la trayectoria de Ebrard empieza antes por los meandros políticos mexicanos. Formado en el PRI, llegó a ser diputado independiente, pero amparado por el Partido Verde, antes de entrar en 2002 el equipo del Gobierno capitalino liderado por López Obrador, al frente todavía del PRD. Desde entonces, se han sucedido las muestras de lealtad, uno de los valores más apreciados por López Obrador. En el 2000, se bajó de la pelea por la alcaldía para sumarse a la candidatura del actual presidente, al que sucedería seis años después. En 2012, con la inercia de su buena imagen como jefe capitalino se presentó como candidato a la presidencia por parte del PRD. Perdió por un palmo frente a López Obrador. Aceptó instantáneamente la derrota y nuevamente se sumó al proyecto del que ya había sido su jefe.
Pese a las muestras de lealtad, el propio Ebrard declaró este sábado en una entrevista a Milenio que en esta ocasión “sería una incongruencia estar pensando en declinar a favor de otra persona, eso hoy en día no está en mi mente”. El director de Parametría considera que, al fin y al cabo, Ebrard “fue su competidor y López Obrador no lo ve como alguien que pueda repetir su legado, sino como alguien más independiente”. Erigido como vicepresidente de facto, la figura de Ebrard se ha agrandado estos tres años de Gobierno de Morena, liderando las espinosas relaciones diplomáticas con el Gabinete de Donald Trump o capitalizando la gestión de las vacunas contra la covid. Pero, precisamente, estar dentro del Ejecutivo podría jugar más en su contra que a favor. “Tiene menos espacio que Sheinbaum y está más condicionado porque ante cualquier circunstancia puede ser relevado de la Cancillería por Lopez Obrador”, añade Marván.
Desde el Gobierno de la capital, el perfil de Sheinbaum es muy distinto. Con un discurso cauto lejano a las estridencias y un bagaje como científica de prestigio −es licenciada en Física y doctora en Ingeniería Energética− toda su carrera política la ha desarrollado al lado de López Obrador. En 2000 entró también en el Gobierno capitalino como secretaria de Medio Ambiente, para después alcanzar la alcaldía de una delegación ya por Morena y conquistar la jefatura de Gobierno en 2018. El director de Parametría resalta precisamente su falta de autonomía y alineación con el Ejecutivo federal: “El Gobierno de la Ciudad de México es un lugar de mucho poder y autonomía. Sin embargo, ha sido una colaboradora muy disciplinada, siempre bajo la sombra del presidente”.
En el debe de Sheinbaum pesa la importante caída de votos y pérdida de alcaldías en la capital en las últimas elecciones. Una vía de agua concentrada en el electorado moderado, urbano y de clase media. Tras una primeras semanas de perfil bajo tras las elecciones, la jefa capitalina volvió a tomar la iniciativa con una ristra de eventos públicos y cambios en su Gabinete. La entrada de un peso pesado como Martí Batres en la Secretaría de Gobernación y otros exponentes de la línea dura del partido hacen presagiar una vuelta de tuerca en la estrategia de confrontación desde la capital, más cerca del estilo de López Obrador que de la mesura característica de Sheinbaum.
Le pelea dentro del partido
La carrera presidencial tiene también una derivada en la correlación de fuerzas dentro del partido, escenificada por los turbulentos comicios internos del año pasado. El triunfo de Mario Delgado como nuevo presidente supuso la victoria del sector más liberal y pragmático, donde se encuadra también Ebrard. Mientras que Sheinbaum está alineada con el sector más purista representado en la cúpula por la secretaria general, Citlalli Hernández. “Sheinbaum es más afín a la tradición clásica de la izquierda mientras que Ebrard puede tener aceptación entre un público más amplio”, señala el politólogo del CIDE. “Pero el reto para él será consolidar el apoyo del partido en un momento en que Delgado está muy cuestionado”, añade Marván.
A falta de conocer cómo será la selección de candidatos que entrarán en la pugna final decidida por encuestas, solo los nombres de los dos favoritos son seguros. El polémico sistema de encuestas ha sido criticado también desde dentro del partido. El líder de la bancada de Morena en el Senado y cuadro destacado de la formación, Ricardo Monreal, se posicionó esta semana en contra a la vez que anunció también su intención por entrar en la pugna. Pese a no ser nombrado explícitamente por el presidente, Monreal suele aparecer en todas la quinielas como posible candidato.
El antecedente más cercano del polémico sistema de encuestas se vivió con las elecciones internas del partido. El proceso ser prolongó durante más de un año desatando una guerra entre las distintas facciones que aún no se ha apagado. Tras un largo reguero de denuncias, la elección entró de lleno en el terreno judicial. El Tribunal Electoral entró en escena imponiendo al Instituto Nacional Electoral (INE) como órgano supervisor del proceso en el que también participaron tres empresas encuestadoras privadas. La muestra sea fue haciendo puerta a puerta en busca de simpatizantes de Morena. Tras unos primeros resultados que arrojaron un empate técnico, el INE impuso la realización de una nueva y tercera encuesta duramente criticada por los perdedores de la elección.
Una de aquellas encuestadores fue Parametría. Su director, Francisco Abundis, defiende el sistema: “Fue un proceso transparente, replicable y con bases de datos consultables. Sería en todo caso interesante que el INE volviera a entrar de nuevo en esta ocasión para garantizar reglas claras y supervisadas”. El sistema, heredado de los tiempos del PRD, ha sido en varios ocasiones defendido por López Obrador como una especie de mal menor ante las dificultades de llevar a cabo una votación. “Muestra la debilidad de Morena y del sistema de partidos mexicano. Su incapacidad para hacer primarias y no salir destrozados”, cierra el politólogo del CIDE.
Vía: El País