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Por: Admin

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AMLO volvió a mandar “al carajo” la empatía que todo gobernante sensible debe tener. Y sumó a su desdén, para dar el pésame a los deudos de las víctimas, la falta de respeto para el decretado luto nacional que acabó en jolgorio

POR RAMÓN ALBERTO GARZA

El luto nacional decretado por las víctimas de la tragedia de la Línea 12 del Metro fue ignorado en Palacio Nacional.

Incluso, la Mañanera del lunes, en la que se descargan todos los cuestionamientos del fin de semana fue suspendida como tal para dar paso al jolgorio por el Día de las Madres.

Cual si fuera asamblea escolar para festejar a quienes nos dieron la vida, el bajo, la batería, los timbales, abrieron el espacio para que la espléndida voz de Eugenia León inundara los patios y los corredores del Palacio Nacional.

“Enviamos nuestra felicitación sincera, cariñosa a todas las madres de México. A las mamás que nos acompañan, que están entre nosotros y a las que se han ido y están en el cielo o en el lugar de la felicidad y del amor.

“Por eso, esta conferencia, esta Mañanera, va a ser especial. No vamos a informar nada, no vamos a contestar preguntas de ustedes, porque las mamás son primero…”.

Ahí sí no existió la opinión del pueblo bueno y sabio, ni las encuestas a mano alzada. Por voluntad presidencial ayer lunes tampoco se cuestionan las enormes dudas sobre la corrupción y la negligencia en la construcción y mantenimiento de la Línea 12 del Metro capitalino.

El presidente López Obrador volvió a mandar “al carajo” la empatía que todo gobernante sensible debe tener. Y sumó a su desdén, para dar el pésame a los deudos de las víctimas, la falta de respeto para el decretado luto nacional que acabó en jolgorio.

¿Cuál será el sentimiento de los familiares, que por la muerte de un ser querido en la tragedia de la Línea 12 debieron pasar un 10 de mayo huérfanos, viudos o viudas, mientras que el jefe del Estado Mexicano decretaba pachanga?

Y mientras el mandatario se compraba un día más de inmunidad frente a los reporteros, en las afueras del recinto presidencial, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero y el subsecretario Alejandro Encinas, atendían -como debe ser- en la explanada del Zócalo a las integrantes del Movimiento Por Nuestros Desaparecidos en México.

Es el mismo sitio en el que, sin pasar Palacio adentro, en el que fueron frenadas las mujeres que durante semanas protestaron por el incremento de los feminicidios.

Pero ese va siendo ya el sello de la casa. El del presidente insensible que ve un complot en cada cuenta que está obligado a rendir, un ataque frontal de sus opositores.

La Estrategia del Avestruz se echa a andar cuando la realidad está peleada con el gobierno del bienestar, la felicidad y el amor. Se esconde la cabeza, y por el simple hecho de cerrar los ojos, lo que sucedió ya no lo es más.

Como en aquella película de Dustin Hoffman -Wag the Dog- en la que el equipo de comunicaciones de la Casa Blanca enfrenta un escándalo del presidente de los Estados Unidos.

Y para esconder las preguntas sobre presuntas relaciones íntimas con una becaria, sus “spin doctors” le proponen al mandatario fabricar una guerra. Con Albania, por ejemplo.

Y se echa a andar la maquinaria de la distracción propagandística, para que todo Estados Unidos hable de la guerra, no del escándalo sexual del Presidente.

Nada diferente a lo que sucede hoy en Palacio Nacional, donde se privilegia la rumba para bailar sobre la tumba, donde se fabrica “una guerra” contra los Estados Unidos, que presuntamente financia a los opositores al gobierno y fabrica “otra guerra” con las credenciales rosas del candidato priista a la gubernatura de Nuevo León, para tentarle el agua al INE en plena veda electoral.

Que se hable del ritmo, la voz y el garbo de Eugenia León, del complot US AID o de la gresca con el INE. De lo que sea, menos de la Línea 12 del Metro.

No existe forma de evadir -como en la película de Dustin Hoffman- la trágica realidad de 24 años de gobiernos de izquierda, en una ciudad capital que ve colapsado su principal sistema de transporte masivo.

Por decreto presidencial se elige la opción del olvido para toda tragedia que ocurra dentro de la Cuarta Transformación. Porque aquí ya nadie es como los de antes.

Se fueron al olvido aquellas declaraciones del precandidato presidencial López Obrador, en 2017, exigiendo la renuncia del secretario de Comunicaciones del sexenio de Enrique Peña Nieto, por las dos víctimas del socavón del Paso Exprés de Cuernavaca.

“En cualquier país del mundo sucede una desgracia así y hay responsables. No se castiga como lo hace aquí, a los chivos expiatorios. Se exhibe a uno o dos funcionarios y se acabó. En este caso debería de renunciar el secretario de obra Pública de Peña Nieto. Nada más que este señor, Esparza, es el que viene con Peña Nieto desde hace 10 años, es su socio”.

Hoy en la tragedia de la Línea 12 del Metro no son dos, sino 26 los muertos por la corrupción y la negligencia. Y por desgracia, a una semana del drama no existe ni un solo chivo expiatorio. De aquellos que tanto le criticaban a “los de antes”.

Y si se mide con el mismo rasero con el que como candidato midió la tragedia de Cuernavaca, Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum tendrían que renunciar. Como el mismo líder de Morena lo exigió sobre el secretario Ruiz Esparza.

Ebrard y Sheinbaum vienen desde hace más de 10 años con López Obrador. Pero hasta ahora se niega a sacrificar a alguno.

Y para olvidar lo que jamás hay que recordar, y más aún, evadir lo que es obligado preguntar, qué mejor que un Festival del Día de las Madres.

Qué mejor que la voz de Eugenia León para silenciar el llanto de quienes no acaban de llorar a sus deudos. ¡Sí señor, el Fandango aquí, en Palacio Nacional!

 

 

Vía: Codigo Magenta