El viejo socio del Chapo se encamina a salir de prisión por un polémico fallo judicial. México teme que se repita lo sucedido tras la liberación de Rafael Caro Quintero, hoy, el fugitivo más buscado por la DEA
La inminente salida de la cárcel de otro histórico narcotraficante ha vuelto a abrir la puerta de los viejos fantasmas en México. La madrugada del sábado, una inesperada resolución judicial llegó a la prisión del Altiplano: Héctor Luis Palma Salazar, alias El Güero Palma, uno de los capos del cartel de Sinaloa, era absuelto de los cargos de delincuencia organizada. Este martes, también de madrugada, Palma abandonaba la prisión del Estado de México rumbo a la capital para presentarse ante la Fiscalía especializada en crimen organizado. Encerrado desde 1995, si ningún otro juzgado mexicano lo reclama, el veterano compadre del Chapo Guzmán, con quien compartió en los noventa la corona criminal, vendettas personales y hasta vida entre rejas, volverá a pisar de nuevo la calle.
Pese a la avanzada edad del capo, 80 años, la onda expansiva de la decisión del juez ha llegado hasta el Palacio Nacional, que ya ha puesto en marcha a las 32 fiscalías estatales e incluso a la cancillería para que rastreen otras posibles cuentas pendientes de Palma con la justicia. El objetivo es no repetir lo sucedido con Rafael Caro Quintero, liberado en 2013 tras un polémico fallo de los tribunales. El histórico narcotraficante, fundador en los ochenta del cartel de Guadalajara, llevaba 28 años preso y aún le quedaba más de una década entre rejas. Desde su liberación, Quintero se ha convertido en un quebradero de cabeza para las autoridades mexicanas. El Narco de narcos, volvió al negocio y hoy en día es el fugitivo más buscado por la DEA (la agencia de control de drogas estadounidense).
En México cunde el pánico a que vuelva a suceder lo mismo de confirmarse la liberación de Palma. Más todavía porque el capo aún tiene cuentas pendientes en el mundo del hampa. Un episodio que viene de principios de los noventa, diluido ya el cartel de Guadalajara y en pleno ascenso del nuevo imperio de Sinaloa. Durante su enloquecida guerra por el control de la frontera oeste, los hermanos Arellano Félix, jefes del cartel de Tijuana, infiltraron un sicario en el círculo más cerrado del poder sinaloense. Primero sedujo a la esposa del Güero. Después la mató y envió la cabeza a su marido en una caja metálica refrigerada.
Una semana después, el Güero recibió otro macabro mensaje. Una cinta de vídeo que recogía cómo sus dos hijos, Nataly y Héctor, de cuatro y cinco años, eran arrojados por un puente de más de 150 metros de altura en Venezuela. Los tres familiares del capo están enterrados en un gigantesco panteón del cementerio de los Jardines de Humaya, en Culiacán (Sinaloa). Un abigarrado fresco los representa con alas de ángel, y nunca faltan juguetes y muñecas para recordar a los pequeños.
La respuesta sinaloense a la afrenta fue también salvaje. El sicario, el venezolano Rafael Clavel Moreno, fue rápidamente asesinado. Lo mismo hicieron con sus tres hijos, y otros tres cómplices venezolanos, que fueron hallados desmembrados en una cuneta. Luego cayeron el abogado del cartel de Tijuana y cuatro familiares de los Arrellano. La venganza abarcó al menos cinco años y aún no está claro ni cuántos cadáveres sembró ni si está completamente saldada.
La amenaza de una nueva venganza
El cartel de Tijuana está considerado hoy en día prácticamente un fósil tras la muerte o encarcelamiento de todos los hermanos. Pero un nuevo giro inesperado podría resucitar la vieja y sangrienta rivalidad. Eduardo Arellano, uno de los fundadores del clan, también podría volver a pisar la calle en libertad, según adelantó Milenio la semana pasada. Encarcelado en EE UU desde 2013, el Doctor, considerado el cerebro financiero del cartel, ha logrado reducir su pena y será liberado este verano gracias un programa de colaboración con la DEA.
El propio Palma también pasó por prisiones de EE UU tras una aparatosa detención. En 1995 iba a una boda en Guadalajara, pero el avión se estrelló. Herido, se resguardó en una casa en Zapopan bajo la protección de un comandante judicial federal. El operativo de detención lo halló convaleciente en la cama. Los primeros cinco años los pasó en la cárcel de Puente Grande, en el Estado de Jalisco, donde coincidió con El Chapo, su antiguo camarada desde sus inicios como ladrón de coches en Culiacán, apresado dos años antes Guatemala. Durante ese corto intervalo, el vacío de poder tras la caída del jefe, fue ocupado por el Güero, que ostentaba un cargo alto en la mafia sinaloense —jefe de la plaza de Sonora y Arizona— desde los tiempos de Félix Gallardo, El Padrino del cartel de Guadalajara.
El Gobierno de Felipe Calderón solicitó su extradición en 2007. En el penal de Atwater (California) le esperaba una larga condena, pero en 2016 fue liberado por buena conducta. Como está sucediendo ahora, el anuncio de su salida encendió las alarmas de las autoridades mexicanas. Cuando cruzó la frontera con Matamoros, allí lo estaba esperando la Marina y el Ejército para enviarle de nuevo a prisión por el asesinato de un subcomandante de policía y su escolta que, tras haber estado supuestamente a sus órdenes, se pasaron al cartel de Tijuana. El 18 de mayo de 1995, en el poblado de Trigomil (Nayarit), sus cuerpos fueron hallados en el interior de su camioneta Chevrolet blanca. Les habían pulverizado la cara con más de 20 balazos.
Pese a su reconocida buena conducta durante su odisea penitenciaria, los exámenes psicológicos desclasificados por las autoridades estadounidenses tras su liberación en 2016 dibujan al Güero Palma como una persona de baja empatía social y alta capacidad criminal. Los mismos documentos resaltan que nunca habló del macabro asesinato de su esposa y sus hijos. En el caso de que se confirme su puesta en libertad, el viejo capo tendrá la oportunidad de demostrar si aquella afrenta ya quedó saldada o si aún tiene sed de venganza.