Frente al tabú en torno a la sexualidad y masturbación, los sexólogos reivindican aprovechar los avances tecnológicos para conocernos mejor y aumentar el placer
“Aparatos como este son como ir andando por rutas que generalmente haces en coche. Descubres cosas nuevas en el camino que nunca habías visto antes. Por mucho que lleve al mismo sitio, al orgasmo, por mucho que esté marcado por los ritmos y tesituras de cada uno, por mucho que esas cosas no cambien, la gracia del aparato es que reparas en cosas nuevas y maravillosas”. Quien habla es Jaime, un madrileño que prueba por primera vez un juguete sexual masculinos. Él ha probado el último de los avances en satisfacción sexual: masturbadores con Inteligencia Artificial. Artilugios como el LELO F1STM V3, por ejemplo, incorporan IA y realidad aumentada. No es muy diferente, en principio, de otros mecanismos conocidos: el pene se introduce en un artefacto cilíndrico forrado de silicona, que está envuelto de estrías para aumentar el placer y simular la penetración acompañado (aquí empiezan las novedades) por diferentes vibraciones. Puede usarse en analógico —o sea, sin conectarse a un teléfono— y consta de ocho programas con otras ocho velocidades diferentes de hasta 6.000 revoluciones. Todo un vehículo de Fórmula 1 en la carrera hacia el orgasmo. “No deja de ser una paja, pero no es una paja normal”, asegura Martínez.
“En líneas generales me ha gustado. Toca zonas erógenas que en el método más tradicional son complicadas de estimular”, señala Alberto, un joven de 24 años que también lo ha probado. El hombre puede experimentar con las diferentes velocidades y modos y guardar las que más le gusten en su teléfono. “Al acabar te sientes devastado. Hay cierto símil en cuando acabas una relación sexual muy placentera”, añade.
Antes de analizar al dedillo las últimas innovaciones, ¿de dónde viene esa pulsión de bajar la mano hacia las partes íntimas de nuestro cuerpo? René Descartes fue de los primeros filósofos contemporáneos en ver en la naturaleza nada más que materia sometida al poder de las personas, en otorgar al ser humano pleno dominio sobre lo externo para el beneficio propio. El suyo era un ser humano que, seguramente, compraría un juguete en un sex shop. Experimentar con la satisfacción personal y las zonas íntimas es una actividad ancestral: los primates se masturbaban desde hace al menos 40 millones de años y los primeros yacimientos de juguetes sexuales datan de hace 28.000 años, en la prehistoria.
Antes de la revolución del PVC, los aceites lubricantes y demás sustancias que hoy dan cuerpo y forma al género del juguete sexual, el humano ya andaba obsesionado con dominar la naturaleza en provecho propio. Esos primeros juguetes sexuales arcaicos –obviando agujeros en elementos de la naturaleza como los árboles– pasan por los primeros dildos hechos con piedra, madera y cuero. En el yacimiento de Hohle Fels del Paleolítico superior, en Alemania, se encontró una piedra tallada y pulida con forma fálica, en lo que se considera como el juguete sexual más viejo jamás hallado. También los primeros anillos, hechos de párpado de cabra, llevan ya tiempo en la sociedad: en el siglo XIII en China los utilizaban para mantener la erección y estimular la vulva.
Definir un juguete erótico es ponerle arneses al campo: es un elemento externo sacado de las materias primas de la naturaleza que añadimos para aumentar el placer de la masturbación o de las relaciones. Pero, ¿qué nos lleva a querer controlar la pulsión más básica de nuestro instinto sexual? “No es controlar, es diversificar y conseguir nuevas sensaciones a través de la exploración. Cuantas más formas de placer, mejor. Es algo que nos hace disfrutar de forma unánime”, apunta la sexóloga Nayara Malnero, autora del libro Sexperimentando (Planeta, 2016). “Es una exploración del aumento del placer”, destaca por su parte Vanessa Rodríguez, vicepresidenta de la Sociedade Galega de Sexoloxía y profesora en la UOC. Opina, además, que une la evolución humana con la tecnología: “La historia de la humanidad es la de la evolución de la tecnología. Por lo tanto, el desarrollo tecnológico al servicio de la sexualidad es inherente a la lógica evolutiva”
La moral que criticaba la masturbación ha ido desapareciendo. Pero parece haberlo hecho por áreas y, al pensar en juguetes sexuales, el imaginario popular identifica más ejemplos femeninos que masculinos. En el satisfyer o los succionadores de clítoris, por ejemplo, antes que las fleshjacks y los orificios para penes. Y del planteamiento general de que un hombre se introduzca un dildo para explorar su placer anal, ¿qué decir? “Se relaciona estos juguetes con el placer femenino u homosexual entre hombres por el tabú en los hombres heterosexuales”, señala Rodríguez.
Tanto es así que, según una encuesta realizada por la marca de juguetes eróticos LELO, hasta un 46% de los hombres afirman no haber usado nunca juguetes sexuales (¿y cuándo se ha visto que un hombre mienta sobre su vida sexual?). Si esto ocurre, no es por falta de oferta. Al bucear en las páginas de juguetes eróticos en internet o al visitar un sex shop, el catálogo está equilibrado entre hombres y mujeres. “Hay una gran cantidad de productos pensados para penes o para anos con próstata. Ha habido un fuerte márketing con los productos sexuales femeninos y nosotras nos solemos mostrar más dispuestas a aprender sobre las relaciones sexuales”, argumenta Malnero.
El tabú masculino
La masculinidad hegemónica clásica exige todas las maneras en las que un hombre debe ser y comportarse como tal. Sus tentáculos llegan incluso a la masturbación. El hombre heterosexual promedio no se compraría o utilizaría un juguete sexual anal por homofobia, advierten las sexólogas. Ese tipo de placer, determinarían, es para los homosexuales y ni tan siquiera para todos los homosexuales. Esto también ocurre por confrontación: algunos hombres se sienten atacados o temen ser sustituidos por juguetes de plástico con motor en las relaciones sexuales. “Piensan que si una mujer los usa es porque no necesitan a los hombres. Que algunas ni los necesitan porque están con otras mujeres, ¡y no pasa nada!”, subraya Malnero. “Aunque un juguete sea para una persona sola, puede enriquecer una relación sexual de ambos, pero para desmontar los prejuicios hay que tener pocas inseguridades y una buena educación sexual”, esclarece la sexóloga. “Para los hombres, el uso de los juguetes sigue siendo un gran tabú, asociado culturalmente al vicio. También señalar que, por el contrario, la masturbación masculina sin el uso de juguetes sexuales está más aceptada y normalizada que la femenina”, apunta Adriana di Ippolito a ICON, manager de márketing y comunicación de la marca de juguetes sexuales LELO en España y Portugal.
“La sensibilidad del área del frenillo, de la corona, cosas que la masturbación tradicional ignora, resaltan con esta máquina. Este descubrimiento de áreas nuevas, el tiempo que estas áreas aguantan la estimulación, y el que tenga inteligencia propia y por tanto sea un poco impredecible lo vuelve mucho más interesante”, detalla Jaime Martínez sobre el LELO F1STM V3. Jaime es uno de esos hombres modernos capaces de deconstruir sus privilegios pero no su placer erógeno, la tecnología sigue avanzando. La Inteligencia Artificial llega incluso a intentar conquistar el placer de los penes.
Para una experiencia más futurista el artefacto puede conectarse mediante el Bluetooth al teléfono con una app de la marca. En ella, hay una primera interfaz con diseño motorizado que permite controlar de forma remota todas las velocidades y las ondas de vibración. En el teléfono se muestra la velocidad alcanzada, el porcentaje de la capacidad del motor utilizado e incluso datos ambientales como la temperatura interna y la presión.
Pero lo realmente cautivador es cómo funcionan los algoritmos informáticos para tratar de mejorar los movimientos más humanos. Al seleccionar el modo IA aparece una nueva interfaz con un nuevo velocímetro que llega hasta las 6.000 revoluciones. El usuario, con el pene dentro, debe darle a iniciar y aparecerán una serie de ondas en pantalla. “La IA es capaz de reconocer el movimiento e intensidad de la estimulación en tiempo real, para adaptar y sincroniconizar los motores y potencia según el usuario vaya marcando”, explica al preguntarle sobre el aparato Adriana di Ippolito. Mientras el hombre, excitado, mueve el juguete al ritmo de una tradicional paja, la Inteligencia Artificial es capaz de acomodar la velocidad y la vibración para conseguir el máximo placer. En un producto que lo caracterizan de fácil uso, asegura que “con la tecnología Sensonic se permite sentir los pulsos sónicos durante toda la masturbación”.
¿Y qué pasa con los datos que recopila el juguete? “Al no conectarse por WiFi, el modo IA encripta los datos en tiempo real para adaptarlos al movimiento e intensidad que está marcando el usuario. Se puede personalizar los patrones y guardarlos.. todo esto sin necesidad de usar conexión”, responde di Ippolito. Es decir, funciona offline y los datos no se comparten en ninguna red. Para ella, los juguetes sexuales como el suyo “proporcionan estimulación específica, intensifican el placer, fomentan la exploración del cuerpo y las fantasías sexuales, y pueden mejorar la comunicación y la intimidad con la pareja”.
Según LELO, su fabricante, a través de una encuesta han averiguado que hasta un 57% de los hombres probarían juguetes eróticos si se presentase la oportunidad. Desde la marca sueca reivindican que es hora “de que los hombres recuperen el derecho a explorar su sexualidad”. En palabras de la sexóloga Malnero, es importante la masturbación porque “nos relaja, nos da más autoestima, mejora las defensas e incluso al conocernos, mejora nuestras relaciones en pareja”.
¿Usar IA es ir demasiado lejos? “¿Hay límites en el placer?”, se cuestiona Malnero. Sí y no. Siglos de práctica han demostrado que la mano es kenough [merchandising del personaje de Barbie Ken, que significa suficiente]. Pero años de investigación apuntan que se puede hacer mucho más. Un juguete sexual nunca reemplazará al binomio arriba-abajo más humano. Estos extras generan placer desde una perspectiva diferente a la más habitual. “Se trata de que permitan explorar diferentes formas de estimulación y satisfacción”, argumenta Vanessa Rodríguez. No es sustituir, es añadir.
Vía: El País