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¿Nos estamos volviendo demasiado dependientes de la IA en nuestras decisiones diarias?

Por: Adriana Colchado

@tamalito_rosa

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En Opinión de: Marisol Aguilar Mier

Maestra en nuevas Tecnologías para el aprendizaje y Licenciada en Educación por la Ibero Puebla.

La inteligencia artificial (IA) ha transformado múltiples aspectos de nuestra vida, emergiendo como una herramienta poderosa y sorprendente. Un ejemplo claro es el chatbot de OpenAI, que rompió varios récords al alcanzar un millón de usuarios en solo cinco días y 100 millones en dos meses, convirtiéndose en la aplicación de más rápido crecimiento de la historia, según Forbes.

Otros pioneros de la IA, como Google, no se han quedado atrás y están inmersos en una acelerada carrera por conquistar nuevos territorios. Google, bajo creciente presión, fusionó dos organizaciones: DeepMind y Brain. DeepMind, un laboratorio de investigación en aprendizaje automático y redes neuronales, incluye neurocientíficos, ingenieros y expertos en IA, y se enfoca en desarrollar programas adaptativos y en investigaciones médicas sobre IA y ADN. Brain, fundado por Google en 2011, se destacó en aprendizaje profundo, procesamiento de lenguaje natural y visión por computadora, siendo responsable de muchos productos y servicios exitosos de la empresa.

Uno de los resultados esperados de esta fusión es el desarrollo de un entrenador personal para la vida, que brinde consejos y ayude en la toma de decisiones. Nico Grant, corresponsal experto en el campo, explica que “han estado trabajando con inteligencia artificial generativa para realizar al menos 21 tipos diferentes de tareas personales y profesionales, incluidas herramientas para dar a los usuarios consejos de vida, ideas, instrucciones de planificación y tutoría.” Las pruebas intentan medir la capacidad del asistente para responder a preguntas íntimas y complejas sobre los retos de la vida de las personas, ofreciendo sugerencias o recomendaciones basadas en situaciones específicas.

Aunque estos productos aún están en evaluación, nos ofrecen una buena idea de los ámbitos en los que se busca incursionar con la IA. Este avance genera múltiples preguntas: ¿Hasta qué punto podríamos volvernos dependientes de estos asistentes para tomar decisiones importantes en nuestra vida personal y profesional? ¿Cómo podríamos mantener nuestra autonomía y capacidad crítica? ¿Qué medidas se implementarán para proteger la privacidad y la confidencialidad de la información sensible que compartamos? ¿Podrían estos asistentes tener un impacto negativo en la salud mental al generar dependencia emocional o expectativas no realistas? ¿Cómo se garantizará que los consejos y recomendaciones proporcionados sean precisos, útiles y basados en evidencia? ¿Qué mecanismos se implementarán para corregir errores o malentendidos en las respuestas? ¿Podrían estos asistentes influir en la forma en que las personas perciben y manejan sus problemas personales y profesionales?

Estos cuestionamientos rozan los límites éticos de la IA, pues su uso en la toma de decisiones presenta un dilema entre innovación y precaución. Por un lado, la inteligencia artificial tiene el potencial de transformar la forma en que accedemos y procesamos la información, facilitando decisiones más informadas y eficientes. Por otro lado, los riesgos asociados, como la propagación de información incorrecta y la dependencia excesiva de sistemas automatizados, requieren una gestión cuidadosa por parte de los usuarios, quienes no siempre están preparados, conscientes o suficientemente capacitados para hacer un buen uso de estas herramientas.

Como resultado, la IA puede asistimos y facilitar muchas tareas, pero la esencia de la humanidad radica en la capacidad para cuestionar, reflexionar y decidir en función de nuestros valores y experiencias. En este equilibrio entre tecnología y humanidad, debemos asegurarnos de que la IA brinde herramientas de apoyo, sin reemplazar nuestra autonomía, juicio crítico y capacidad para trazar el rumbo y sentido de nuestras vidas, en la #CiudadDigital.