El Día de la Candelaria: Una Tradición que Ilumina la Fe y la Cultura Mexicana
Cada 2 de febrero, el calendario litúrgico conmemora el Día de la Candelaria, una festividad religiosa que marca la presentación del niño Jesús en el templo, simbolizando su purificación y el cumplimiento de la ley judía. En México, esta celebración no solo tiene un profundo significado espiritual, sino que también fusiona elementos de las culturas prehispánicas, creando una de las tradiciones más entrañables y significativas del país.
La Fusión de Creencias: Un Encuentro de lo Católico y lo Prehispánico
El Día de la Candelaria ocurre 40 días después de la Navidad, convirtiéndose en un recordatorio de la luz y la bendición. En este contexto religioso, la festividad no solo celebra la devoción hacia Jesús, sino que también refleja la espiritualidad ancestral de los pueblos indígenas, quienes realizaban ceremonias para agradecer a los dioses por la luz del sol y pedir por una buena cosecha. La coincidencia de estas celebraciones permitió que se fusionaran, dándole al Día de la Candelaria una identidad única, profundamente mexicana.
Vestir al Niño Dios: Una Tradición de Fe y Creatividad
Uno de los rituales más representativos de esta fecha es el acto de vestir al Niño Dios. Este acto de devoción consiste en ataviar la figura del niño Jesús con ropas nuevas y llevarla a la iglesia para recibir una bendición. Originalmente, este rito estaba a cargo de los padrinos, quienes, tras la partida de la Rosca de Reyes, adquirían la responsabilidad de vestir al Niño Dios y comprar los tamales que compartirían con la familia.
Con el paso del tiempo, los trajes del Niño Dios han cambiado y se han diversificado. Desde simples vestimentas tejidas hasta atuendos que representan profesiones o personajes religiosos, estos trajes reflejan no solo la devoción de las familias, sino también su creatividad y la conexión con los valores que desean transmitir a sus seres queridos. Entre los más populares se encuentran el traje de Divino Niño de la Salud, asociado con la fe en la capacidad de Jesús para sanar, y el de Santo Niño de Atocha, muy venerado en regiones como Zacatecas.
Tamales y Atole: Un Banquete de Tradiciones
Después de la misa y la bendición del Niño Dios, es costumbre reunirse en familia para compartir tamales y atole, dos platillos que tienen raíces profundas en las tradiciones prehispánicas. Esta costumbre está estrechamente relacionada con otro rito navideño: la persona que encuentra la figurilla del Niño Dios en la Rosca de Reyes se compromete a preparar los tamales para el Día de la Candelaria, uniendo de manera simbólica las celebraciones de Navidad y Candelaria.
La Continuidad de una Tradición
El Día de la Candelaria es mucho más que una fecha en el calendario religioso. Para las familias mexicanas, es una ocasión para reforzar los lazos de fe, identidad y comunidad. Aunque la tradición de vestir al Niño Dios se remonta a tiempos coloniales, cuando los misioneros españoles promovieron el culto al Niño Jesús como parte del proceso de evangelización, fue a mediados del siglo XX cuando la costumbre alcanzó una gran popularidad.
Hoy, talleres y familias se dedican a la creación de ropa para el Niño Dios, un acto que se ha convertido en una verdadera expresión cultural. Según el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), aunque se registra la práctica desde el siglo XIX, se considera que esta costumbre tiene raíces aún más antiguas, relacionadas con la evangelización de México.
Más Allá de la Devoción: La Expresión de la Identidad Mexicana
La celebración del Día de la Candelaria, al igual que otras festividades religiosas mexicanas, es una manifestación vibrante de la riqueza cultural del país. Los trajes del Niño Dios son una forma más de expresar la devoción de las familias y sus agradecimientos, mientras que las comidas y las celebraciones familiares permiten una convivencia llena de cariño y tradición. En México, este día no solo ilumina los templos con la bendición del Niño Jesús, sino que ilumina los hogares con la fe, la creatividad y el orgullo de un país que ha sabido fusionar lo divino con lo terrenal.