Mientras despertaba hoy en mi cama revuelta y aún tibia por mi compañía que llegó y también se fue de madrugada, me vino un anhelo a mi cabeza: quiero ser diputada. No es algo irracional, es un impulso que ha ido creciendo en mí a lo largo de los años. He vivido siempre en las sombras del poder, orbitando alrededor de hombres que deciden, que levantan la voz, que tienen en sus manos el destino de otros. Y yo… yo siempre he sido un “bonito florero” que escucha con atención. Un adorno que muchos subestiman. Un oído al que susurran planes, traiciones y venganzas suponiendo que quedará como un gemido de poder.
Hoy, al ver cómo los congresos se vuelven más plurales, me di cuenta de que mi historia no es tan ajena y que tal vez mi tiempo ha llegado. Por años me sentí inferior, limitada por la educación que no tuve, por la universidad que dejé inconclusa, por no ser la hija ni la esposa de alguien influyente. Pero hoy, comprendí que puedo más de lo que siempre creí. Mi voz puede sumar, y no solo en las sombras.
Comencé a analizar las formas en las que podría llegar a ser diputada.
La primera opción, claro, es ser hija de un político. Es la vía más fácil, ¿no? Desde pequeña, accedes a la mejor educación, te rodeas de ejemplos vivos de lo que significa el poder y, con el tiempo, desarrollas una vocación natural. Pero, claro, esa no es mi historia. Vengo de una familia humilde, y apenas terminé la preparatoria. La universidad fue un sueño fugaz que se esfumó ante la necesidad de ganar dinero. Y sí, es una excusa, pero esa es mi realidad.
Otra vía, más polémica, es ser esposa o amante de alguien poderoso. No me escandalizo, lo he vivido. De manera textual les digo que he tenido entre mis piernas la posibilidad de ser.
Un día el líder de un partido político me ofreció una candidatura plurinominal.
¿Y la militancia? -le dije-
¡La militancia a la chingada! -respondió-
Conozco bien ese camino, y aunque podría seguirlo, sé que no lo disfrutaría. Y sí, me puedo imaginar legislando para mujeres como yo. Y sé que no sería la primera en hacerlo, varios hombres y mujeres de la próxima Legislatura, – y de otras pasadas- han logrado ser tomados en cuenta gracias a sus talentos amorosos.
Después está la opción de llegar por méritos, por capacidad, por trayectoria. Aquí la realidad me sacude: no tengo experiencia en cargos públicos, no tengo un título universitario que me respalde. Pero, al observar a muchos de los que ya están en el congreso, me doy cuenta de que tampoco es necesario. Los veo, sentados en sus curules, y sé que sé más que muchos de ellos. Me he movido en este ambiente desde hace años, he sido testigo de cómo se mueven las fichas en el tablero del poder. Sé cómo funciona el sistema, cómo se aprueban las leyes, cómo se tejen las alianzas. Y todo lo he aprendido escuchando, sentándome en esas mesas donde las decisiones se toman.
Quizá, una de las opciones más tentadoras sea extorsionar. Y no me malinterpreten. Lo digo con total claridad: tengo un talento innato para escuchar. Hombres de verdadero poder en el estado se han sentado frente a mí, hablando sin filtro, creyendo que mis oídos no entienden lo que escuchan y que mis ojos no interpretan lo que ven. Pero mi silencio no es sumisión. Es estrategia. He acumulado secretos, he escuchado confesiones, he visto cómo se tejen alianzas y traiciones. Sé quién está con quién, quién traicionó a quién, y hasta quién mató a quién. Sé que más de uno estaría interesado en apoyar mis aspiraciones, si supieran lo que sé.
La política, como la vida, es un juego de lealtades temporales, de pactos frágiles, de silencios estratégicos. Y yo sé jugar ese juego. He observado cómo algunos se han hundido por hablar antes de tiempo, cómo otros han ascendido por saber esperar. Sé cómo las alianzas duran seis años, o tres, dependiendo de la conveniencia. Sé que el poder es efímero, y que la inteligencia reside en saber cuándo hablar y cuándo callar.
Así que sí, lo decidí. Voy a ser diputada. He aprendido que el poder no siempre está en la tribuna, sino en las sombras. Y he vivido en esas sombras el tiempo suficiente. Esperen en 2027, porque esta Lolita estará en la boleta. ¿El secreto de mi éxito? Tal vez sea la astucia, tal vez los silencios, tal vez la sensualidad de saber cuándo moverse.
Por lo pronto los dejo, tengo que comprar una cabeza de marrano para el pozole del 15 de septiembre.
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