Esta mañana, cual Batman, el gobernador electo, Alejandro Armenta sacó su lado más duro y justiciero declarando que durante su futuro gobierno Puebla irá en serio contra los agresores sexuales. Propuso, nuevamente, endurecer los castigos hacia quienes cometan delitos de índole sexual, mencionando la castración química para reducir el libido de los agresores. Una propuesta que, por cierto, ya había lanzado en su época de senador y que, sorpresa, fue rechazada en su momento por atentar contra los derechos humanos. Pero ahora, promete que desde su nuevo cargo, lo retomará para tener “mano dura” contra los violadores.
Y, bueno, la verdad la justicia poética suena tentadora. No creo que las víctimas vean la propuesta con malos ojos; mucho menos las mujeres que gritan en el 8M la famosa consigna “V3rga violadora, a la licuadora”. Y es que no estamos hablando de cualquier delito; estamos hablando de una agresión que involucra daño físico, psicológico, emocional y, muchas veces, una marca de por vida para las víctimas. La gravedad del delito no está en discusión. Pero, ¿castración química? Parece algo sacado de una película de ciencia ficción vengativa, -inserte aquí Kill Bill- como si esta medida pudiera compensar el sufrimiento de quien fue atacado. Y la verdad es que aunque es una increíble venganza, para nada sana el dolor causado.
Armenta justifica esto diciendo que el objetivo es reducir la reincidencia, que no vuelvan a lastimar a nadie. Pero la pregunta sigue: ¿de verdad la castración química es una solución o estamos caminando peligrosamente hacia la violación de derechos humanos? Estamos hablando de decidir sobre el cuerpo y salud de otra persona. Es casi tan descabellado como cuando El Bronco propuso cortarle la mano a los delincuentes; es el “ojo por ojo”.
Y ahí va otra cuestión: en nuestras cárceles, ya tenemos a mucha gente cumpliendo condenas, aunque podrían ser inocentes. A veces pesa más la presión de tener un culpable que la evidencia. Muchos terminan como chivos expiatorios en un sistema que no siempre ofrece justicia y, peor aún, sin opción de revertir el daño. Ahora imaginen una medida tan extrema como la castración en alguien que podría ser inocente. Eso va mucho más allá del “castigo”, es atentar contra derechos humanos de manera irreversible.
Y ahorita no me voy a poner a hablar de denuncias falsas porque es un tema muy complejo, pero me limitaré a decir que existen. Ya con eso el castigo de castración sexual es completamente inviable pues no habría una reparación del daño después de eso.
Claro, fue bastante divertido ver a Armenta tan seguro en su rueda de prensa explicando que no nos imagináramos el machete en el miembro. Pero al final, quedará como un momento memorable de las conferencias mañaneras, pues es poco viable que llegue al código penal. Porque sí, el tema da para el debate, pero ese equilibrio entre justicia y derechos humanos es, precisamente, lo que hace que algo como la castración química termine siendo más una fantasía de justicia que una realidad legal viable.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
@Tamalito_rosa