La abuela sexosa y Tonny.

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Me contrataron para estar como asistente de oficina.

El sueldo no era muy bueno, la mujer era tacaña y celosa.

Era común ver llegar a TS a verla.

Por Lolita

Hace unas semanas me encontraba desempleada, los costos de vivir sola son enormes: la renta, la luz, el gas, internet, Netflix y llenar una alacena junto con un pequeño refrigerador es complicado.

Intenté compartir un departamento, pero mi compañera recibía a un par de sugars cada semana que me acosaban y morboseaban cuando llegaban y es que yo suelo andar en un microshort cuando estoy en casa.

Aunque Tonny me ofreció pagarme una casa e incluso llevarme a vivir a la suya no acepté por orgullo.

Lo que si le pedí fue que me consiguiera trabajo.

Lo hizo con una empresaria muy cercana a Palacio Nacional y que está a punto de llegar a esa edad donde AMLO les da su pensión de bienestar.

Me contrataron para estar como asistente de oficina.

El sueldo no era muy bueno, la mujer era tacaña y celosa.

Era común ver llegar a TS a verla:

Política, Wiskis, puros, jabugo y sexo, mucho sexo; ese era el menú de siempre.

Yo escuchaba todo atrás de la puerta.

Trataba de no hacerlo, pero me prendía escucharlos, mis celos se avivaban celosa y no tenía por qué.

Cierto día Tonny llegó y al saludarme me besó el cuello en lugar de la mejilla y con su mano me dio un apretón de nalgas.

Debería resultar incomodo, pero resulto excitante.

Le di una bofetada fingiendo molestia, pero en realidad me gustó, me puso caliente.

La encerrona de T con la abuela fue de antología, tomaron de más, fumaron de más y cogieron de más

Sus risas y palabras sexosas aun retumban en mi cabeza y mis piernas tiemblan como si fuera bambi.

Pero lo que hizo retumbar todo mi cuerpo fueron los gemidos que se convirtieron en bramidos.

Los espié y vi a ella al borde del sofá con las piernas abiertas mientras él estaba arrodillado en la alfombra.

Me senté en el sofá de mi oficina y empecé a escuchar más y me empecé a tocar, lo imaginé a él en medio de mis blancas piernas, los gemidos de la abuela se empezaron a mezclar con los míos.

Al final  fue una coincidencia, pues las dos llegamos al cielo al mismo tiempo.